Nos dieron para comer un plato combinado con una pechuga congelada buenísima, unas patatas de bolsa riquísimas y un poco de lechuga recién comprada, todo bañado con un poquito de aceite y vinagre con poso y solera de cuando el bar lo llevaba Manolo el del barrio. El servicio fue exquisito y el negocio es dos en uno, bar y esteticista a la vez porque cuando nos íbamos la camarera estaba cortándose las uñas dentro de la barra. Fue una de las mejores experiencias de riesgo que he vivido en mi vida aunque creo que no volveré.