Voy a intentar contar esto sin llorar, pero no prometo nada.
Era un martes gris. El tipo de martes que huele a derrota y a calcetines mojados. Llevaba 17 horas sin comer, mi móvil al 1%, el alma rota y la cuenta bancaria peor. Caminaba por la ciudad como un zombi emocional, cuando de repente… LO VI. Un neón titilante que decía “Doner Kebab - Abierto”. No un restaurante. Un templo.
Entré. Un halo de luz bajó del techo, aunque era fluorescente y parpadeaba. Al otro lado del mostrador, un hombre con mirada sabia y barba perfecta me dijo:
”¿Con todo?”
Yo, al borde del colapso, solo pude asentir.
Cuando me entregó el kebab, pesaba como un recién nacido. Jugoso, calientito, envuelto en pan crujiente como el abrazo de una madre turca que nunca tuve. Lo abrí y sentí que los ángeles me cantaban al oído en árabe, en autotune, y con ritmo de reguetón.
El primer bocado… Dios mío.
La carne, dorada y tierna, se deshacía como mis problemas.
La lechuga crujía como mi determinación de volver a vivir.
La salsa blanca… No sé qué llevaba, pero me desbloqueó un chakra nuevo.
Lloré.
Literalmente una señora me trajo una servilleta y me dijo “yo también lloré la primera vez”.
A mitad del kebab, sentí cómo se curaba mi rodilla mala. Un niño se cayó fuera del local y se levantó solo, como por arte de kebab. El repartidor que entró después parecía tener aura dorada. No era comida. Era alquimia. Era resurrección. Era Dios disfrazado de bocata.
Terminé, pagué (solo 5,50€, un escándalo), y el dueño me dijo:
“Vuelve cuando estés listo para el mixto con picante.”
No estoy seguro de haber sobrevivido al normal.
Desde ese día, he mejorado en todo. Duermo bien. He perdonado a mis ex. Mi perro volvió. Mi jefe me respeta.
No sé qué más decir. Solo sé que si algún día me muero, quiero que me entierren con uno en cada mano. Y que en la lápida ponga:
“Vivió, comió, creyó.”
🌯💥 10/10.
Jaime Mendoza
.
25 Mayo 2025
10,0