Hace años viví en Sevilla. Y lo que más me gustó fue una gastronomía particular con unos sabores dibujados en la memoria eterna de un país.
Y ahora años después hemos venido de puente a pasar unos días, y hemos visitado algunos rincones del pasado esperando recuperar aquellos sabores de mi memoria. Y después de dos días, todavía no habían alcanzado mis papilas gustativas el placer de comer algo exquisito que estaba tatuado a hierro en mis recuerdos.
Hasta hoy. Festivo, nacional. Todos los sitios llenos y rellenos, he visto a padres comer con una mano mientras con la otra sacaban al chiquillo por la ventana del restaurant porque no cabía ni alfiler más, ni un rizo más, ni una pestaña más, ni un señorito andaluz más…. Estábamos en el coche resignados, alejándonos de la ciudad en busca de la tapa perdida y en cada pueblo se repetía la misma estampa. “El día de los fogones muertos” debería llamarse (De los fogones de las casas sevillanas particulares debería aclarar).
Deprimidos nos dirigíamos a la casa a la que estos días llamamos hogar… pero en la última rotonda, en la última esquina, un bar, bar de tapas. Había poca gente. “¡Qué raro!”. Desconfiados nos hemos sentado a la mesa.
Y… ¿y?… jeje… dos horas después dudo que los miles de sevillanos y turistas que abarrotaban cada centímetro cuadrado de cada bar y restaurante de la provincia hayan comido mejor que nosotros.
¡Qué croquetas! Las de chipirón era como comer un arroz a banda de los buenos valencianos...
¡Que montadito de pringá, olé sevilla, olé el cocinero que lo parió! Mi memoria, sus papilas, han resucitado al instante. La depresión ha dado paso al alboroto y a la jauja, a la alegría, al cante jondo, a la algarabía y al placer por el placer.
¡Y qué solomillo al whisky! perfecto, pluscuamperfecto, redondo, de llorar, un poco ácido limón, un poco profundo de ajo y un poco más de whisky. Un poco más y muero, y en mi epitafio cantan: “murió con las botas puestas”.
Porque eso he hecho, ponerme literalmente las botas.
14 años sin comer semejante placer, había mitificado en mi alma semejante tapa. Los días previos me habían hecho desistir, avergonzado, hablando sólo en mis pensamientos de los malditos sabores del ayer.
Y por último, casi se me olvida, ¡qué patatas fritas! lo adornaban todo… sabían a esas patatas que te hacía tu abuela, en su sartén especial con su aceite especial.
De llorar.
De placer.
Todo.
Y además barato.
Hoy le dimos “El Esquinazo” a mis recuerdos para fijar estos nuevos, otros 15 años más en mi memoria y en sus papilas gustativas.
Raúl Artacho Belloch
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08 Diciembre 2023
10,0