02/06/2025: Hay restaurantes que se descubren por casualidad y otros que parecen haber estado aguardando, como si supieran que algún día uno llegaría, dispuesto a dejarse llevar. El Haití, en Dénia, pertenece sin duda a esta segunda categoría. Un lugar sin estridencias, ajeno a las modas y, precisamente por eso, inolvidable.
La experiencia comenzó con una escena que ya anunciaba el tono de la velada: el propio dueño se acercó a nuestra mesa, escuchó atentamente lo que queríamos —más en espíritu que en palabras— y eligió por nosotros. Una muestra de hospitalidad genuina y confianza que definió todo lo que vino después. Y acertó, por supuesto.
Iniciamos con una ensalada de tomate local, carnoso y tierno, con esa acidez viva que despierta el paladar. Nada de florituras: unas escamas de sal y un aceite virgen vibrante, potente, que hablaba con descaro pero sin vulgaridad. Le siguió un alioli casi auténtico —diré “casi” porque llevaba una mínima cantidad de leche para montarlo— aunque el resultado era rotundamente casero, de sabor puro, sin máscaras. A su lado, un pan de pueblo muy correcto, que cumplía con creces su cometido.
Después llegaron dos joyas del litoral: mussoleta y capellán, pescados secados al sol según la tradición. El primero, más intenso, de sabor profundo y salinidad elegante; el segundo, más delicado y suave. Ambos servidos con un aceite sutil que respetaba al producto y a la técnica. Nada sobraba, nada faltaba. Cocina sencilla, sí, pero ejecutada con precisión y respeto.
El punto culminante fue el arroz. Un arroz como mandan los cánones de Alicante: en su punto justo, con un socarrat leve y sabroso, de fondo intenso a pescado. En un primer momento nos pareció algo subido de sal, pero era simplemente nuestra costumbre la que fallaba, no el plato. Los garrofones eran de primera, y el atún rojo —añadido con el respeto que merece un ingrediente mayor— estaba en su punto perfecto, con un sabor que hablaba por sí solo.
Acompañamos todo con un cava catalán correcto, con buen sabor y burbuja fina. A mi gusto, algo falto de acidez para compensar la potencia del arroz, pero absolutamente disfrutable.
El final llegó con unos flanes caseros impecables y un café como ya cuesta encontrar: bien extraído, aromático, delicioso. Y, como colofón, un chupito de mistela servido en vaso pequeño, dulce, perfumado, envolvente. Una despedida cálida y mediterránea.
En resumen, el Haití no es un restaurante que se luzca en redes sociales ni que aspire a premios. Pero si existiera una guía para quienes buscan autenticidad, técnica y hospitalidad sin artificio, este sería uno de sus templos. Aquí se viene a confiar, a saborear y a sentirse en casa. Un lujo escaso. Una joya. Un secreto —al menos hasta hoy.
17/05/2025: Es un clásico de Denia , existe desde que tengo memoria. Producto de primera calidad, servicio super simpático, atento y profesional, Amanda un amor. Y nos trataron como en casa. Tarta de horchata 😋😋😋. Hacia tiempo que no volvía, pero tenía muchas ganas de volver. Cuando era adolescente era el lugar de encuentro para tardes de viernes. Me ha encantado volver.