Stop Dos en Ontinyent

Pan y opciones sin gluten. Muy recomendable para el desayuno

Un único problema al cobrar, parece que no quieren recibir el dinero, lo demás todo muy bien..

Ambiente muy tranquilo, comida deliciosa y atención excelente, han añadido nachos al menú muy buenos

Ha cambiado bastante desde que cambió de propietario. La calidad de la comida ha descendido, tanto en cantidad como en sabor. Si cenas en la terraza por la noche, puede resultar incómodo, puesto que algunos vecinos fuman cerca e incluso puede llegar ceniza a los platos. La atención al cliente podría ser algo más cuidada para hacer la experiencia más agradable. Además, los precios son algo elevados en relación con la calidad que se ofrece.

El servicio fue rápido. El precio, razonable. Muy buenas las albóndigas de carne caseras y las albóndigas. Muy justo la puntilla y el morro, horrible

Súper rápidos en el servicio, sacan todo lo pedido sin pausa

Como en casa ,en pocas palabras

"Stop Dos: Donde el almuerzo se convierte en rito" Pocas veces un viajero encuentra un lugar que no solo sacia el hambre, sino que despierta el alma. Stop Dos no es solo una bocatería, es un templo del almuerzo (esmorzaret), camuflado entre la arquitectura cotidiana de Ontinyent. Entrar allí a media mañana es como sumergirse en un ritual local: mesas ocupadas por voces que suenan a costumbre, platos que llegan sin que uno los pida, como si el camarero leyera tu apetito. El bocadillo —tan grande como el ego de un chef con estrella, pero tan humilde como el pan del pueblo— llega cargado de sabor, memoria y grasa bienaventurada. No busques elegancia, busca esencia. Aquí el aceite es oro líquido, las papas bravas no son broma, y un entrecot puede aparecer en tu mesa como un regalo caído del cielo. El servicio es directo, sin florituras, como debe ser cuando la comida habla por sí sola. Y si logras sobrevivir al almuerzo sin pedir un carajillo, entonces no estuviste en Stop Dos. Este no es un sitio para contar calorías, sino para contar historias después.