Restaurante La Cantina en Palma de Mallorca

Llegué al muelle del Náutico, sorteé olores de gasoil de lancha y me senté en la terraza con el fondo de barcos meciéndose. Pedí un vino blanco local para empezar (lo básico para calentar). Arranqué con gambas al ajillo — bien ajo, buen aceite, pan para mojar (y mojé). Después pescadito fresco (sé que podría haber sido dorada o lubina) a la plancha con guarnición sencilla: papas o verduras. Como tercer plato opté por algo más “de tierra”: la hamburguesa Angus — no quería arriesgar demasiado, pero necesitaba un golpe de carne. Llegó bien presentada, carne jugosa, pan tostado. Mientras tanto, el camarero (uno de esos que parece que sabe lo que vende) me hablaba del mar, de qué coste tenía traer ese pescado, me preguntaba si quería cambiar de mesa para tener mejor vista (yo dije que sí). Pero cuando el sitio empezó a llenarse, empecé a notar retrasos: la bebida tardó un rato (después de media hora me pregunté “¿y mi vino?”), el pan se acabó antes de pedir el segundo plato, el pedido del pescadito tuvo que repetirse porque parecía que no lo habían anotado. Para el postre pedí algo ligero, quizá sorbete de limón, algo para limpiar paladar después de tanto ajo y aceite. Lo disfruté mientras el sol bajaba y las luces del puerto encendían su espectáculo. La cuenta llegó, revisé que no hubiera “sorpresas” extra (sí, estaba atento), pagué, salí con sensación de haber comido bien, pero con un pequeño saldo de “podría haber sido más redonda la experiencia si no fuera por esos detalles de servicio”.

Siempre es una alegría poder ir a ver al casta, lastima el aire acondicionado, hacia demasiado calor, tanto en el restaurante como en la sala de actos , estaba todo el mundo sudando