17/06/2025: Ubicada en lo que parece ser un rincón discreto pero acogedor, esta cafetería ofrece una experiencia que, sin reinventar la rueda del espresso, logra dejar una impresión grata gracias a su hospitalidad y ambiente relajado. Al llegar, uno se encuentra con un entorno sin pretensiones: mesas limpias, vajilla clásica y un aroma inconfundible a café recién hecho que actúa como carta de bienvenida.
El café, servido en tazas robustas de porcelana blanca con la marca “Brasil” al frente, es lo que podríamos catalogar como “cumplidor”. No alcanza cumbres de complejidad en sabor ni revela notas escondidas de frutos rojos o chocolate amargo, pero cumple con la noble misión de despertar los sentidos y acompañar una conversación sin robar protagonismo. Es, en otras palabras, ese amigo que nunca falla, aunque tampoco sorprende.
La atención, por otro lado, merece un aplauso. Los camareros son amables, atentos y eficaces, con una disposición que logra mejorar incluso el día más lunes de los lunes. En ningún momento uno se siente apurado ni ignorado; hay un equilibrio poco común entre eficiencia y calidez. Si el café tuviera la mitad del entusiasmo del personal, estaríamos hablando de una joya en la escena cafetera.
Un detalle simpático: la cucharita bien colocada y el sobre de azúcar estratégicamente situado junto a la taza parecen pequeñas coreografías del buen servicio. Y aunque el vaso de agua no brilla por su sofisticación, se agradece el gesto.
En resumen, esta cafetería no es una revolución en taza, pero sí un ejemplo de cómo el trato humano puede elevar la experiencia más cotidiana. Volvería, tal vez no por el café, pero sin duda por quienes lo sirven.
18/05/2025: Muy atentos y muy buen servicio.