05/11/2025: El Caserío de Trinxerpe: El Antídoto Donostiarra
A uno, acostumbrado a deconstruir espumas en cuencos de porcelana y a descifrar menús degustación que más parecen un examen de ingreso a la élite, le llegan, a veces, susurros. Rumores de un lugar al otro lado de la bahía, en el auténtico y llano Trinxerpe, donde la cocina no se piensa, se siente. Donde el objetivo no es una estrella, sino una sonrisa de complicidad alrededor de una mesa. Decidí cruzar al otro lado, no como crítico, sino como comensal. Y debo confesar, con la humildad que otorga una grata sorpresa, que El Caserío me ha conquistado.
Este establecimiento es un manifiesto gastronómico en sí mismo. Un alegato contra la turistificación galopante que padece Donostia. Aquí no hay rastro de la performance culinaria para foráneos. El Caserío es un refugio familiar, de esos que huelen a caldo reconfortante y donde las sillas están ocupadas por abuelos, padres y niños que comparten no solo comida, sino tiempo. Su propósito es diáfano y loable: que vuelvas. Y créanme, uno vuelve.
Optamos, en un gesto de pura lógica dominical, por el Menú de Fin de Semana. Una propuesta de 20 euros (14 entre semana) que, en la actual coyuntura donostiarra, roza lo heroico. Es un precio que no es solo económico; es un guiño de complicidad hacia el bolsillo local, un acto de resistencia culinaria.
La virtud de acudir en manada familiar es la posibilidad de un muestreo extensivo. La mesa, convertida en un mosaico de saberes, me permitió catar una sinfonía de propuestas. Y he aquí la revelación: la técnica impecable al servicio del sabor puro, sin artificios.
Los crepes eran una lección de elegancia sencilla, finos, sedosos y con un relleno que respetaba su delicadeza. Los tacos de cerdo, alejados de cualquier cliché mexicano, eran un prodigio de carnosa jugosidad, con la grasa infusionando cada hebra en un festín primal. El cachopo no es aquí ese monstruo de ferias, sino una obra de ingeniería donde la ternera, el jamón y el queso se funden en un crisol crujiente y meloso a un tiempo. Y la txuleta… ah, la txuleta. Un trozo de vaca madurado con respeto, a la plancha, pero con la sabiduría de quien conoce el fuego, generosa en tamaño y abrumadora en sabor. Un corte que habla del territorio con más elocuencia que mil discursos.
Si hubo que buscar un pero en este oasis de aciertos, fue en el territorio del arroz. Correctos, sin duda, generosos en marisco –un detalle loable– y de textura agradable, les faltó quizás ese punto de nervio, esa personalidad que eleva un arroz meloso de lo meramente bueno a lo memorable. Eran, en el contexto de tanta excelencia, los platos más discretos.
En definitiva, El Caserío no es un restaurante para una ocasión especial. Es algo mejor: es un restaurante para la vida. Es el lugar al que anhelas ir un martes cualquiera, donde sabes que serás recibido como uno más y donde la comida te abraza sin pretensiones. Ha conseguido lo que pocos logran: que este crítico, habitualmente obsesionado con la siguiente novedad, esté ya buscando, y con ansia, la primera excusa para volver. Una visita obligada para quien quiera recordar a qué sabe la autenticidad
18/10/2025: Es una elección buena para comer, dan menú del día y hay varios platos para elegir. En general está todo rico. La calidad precio es buena. El servicio es amable y cordial. Tiene una terraza, que al semisol, y con una temperatura aceptable se está divinamente, incluso si llueve, porque tiene carpa, y también se está bien, en un enclave si quieres impune al bullicio de la avenida que se encuentra paralela en la bajera. Al llegar la hora de comer solo sirven menús en la terraza, pero te puedes tomar algo dentro.