La comida exquisita, probamos la pasta smoked carbonara y sin duda una excelente elección. Nos atendió Xelu, un camarero ejemplar el cual nos ayudó en todo momento a decantarnos por la mejor opción. Es muy simpático y su desparpajo hace que sea agradable mantener una conversación con él. Sin duda volveremos.
Virginia Fernandez Sanchez
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26 Agosto 2025
10,0
No sé si esto es una reseña o el capítulo perdido de una saga épica, pero lo que viví el pasado sábado en vuestro restaurante de Écija (Sevilla) merece ser contado.
Nada más entrar, un camarero alto, moreno y barbudo, conocido como Xelu, emergió de entre las mesas como un semidiós de la hospitalidad. Su barba brillaba bajo la tenue luz del local y sus pasos resonaban como tambores de guerra. Me guió hasta la mesa con la solemnidad de quien lleva a un elegido hacia su trono.
Con voz grave me reveló el secreto mejor guardado: las costillas ibéricas black label. Yo, humilde mortal, obedecí sin rechistar. Pedí también una Coca-Cola Zero que me fue servida como si se tratara de elixir celestial.
Mientras devoraba semejante manjar, mi rostro, marcado por la soledad, fue descubierto por aquel héroe del servicio. “¿Estás bien?”, me preguntó con la profundidad de quien interroga al alma. Le confesé que no, que últimamente la vida se me hacía cuesta arriba. Él, con gesto firme, me prometió: “Cuando termine mi turno, hablaremos de la vida.” Y en ese momento supe que no estaba ante un simple camarero, sino ante un oráculo.
Las costillas… ¡oh, las costillas! Jugosas, tiernas, bañadas en un brillo casi sobrenatural. Cada bocado era un viaje al Olimpo. Envalentonado, le ofrecí una patata frita. Él aceptó, pero en un giro dramático, en lugar de morder la patata, mordió mi dedo. Sentí dolor, sí, pero también entendí que era un rito iniciático. Desde entonces, mi dedo es distinto: más sabio, más fuerte.
Al acabar su turno, salimos juntos a la noche de Écija. Allí, bajo el cielo estrellado, me habló de la existencia, del tiempo y del amor. Sus palabras atravesaron mi corazón como un relámpago filosófico. No era una simple conversación: era una revelación.
No exagero si digo que entré al Foster Hollywood siendo una persona y salí siendo otra. Gracias a aquel camarero por cambiarme la vida con costillas, Coca-Cola Zero y una mordida en el dedo. Volveré todos los fines de semana a buscar respuestas, y quizás, otro pedazo de eternidad entre patatas fritas.
Daniel Sánchez Oteros
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20 Agosto 2025
10,0