Hace unos dos años, viajé por España y paré en Mérida para ver las ruinas. Desconocía la importancia que se da a la siesta en pueblos pequeños. Por mala planificación, me quedé muerto de hambre en pleno centro. El local solo servía bebidas y café hasta la cena, pero el dueño me oyó intentar pedir comida y salió personalmente, abrió la cocina, me explicó el menú y me sirvió uno de los mejores filetes de mi vida. Un restaurante increíble, un personal amable y el mejor dueño. Perdí mi teléfono al volver a Canadá, así que, por desgracia, perdí todas mis fotos y el nombre del restaurante hasta que volví a España. Merece la pena la visita, sobre todo porque está conectado a un pequeño museo local que exploré mientras preparaban mi comida.