Local muy agradable, calidad de la comida muy buena, desde el clásico bikini de Carles Abellan, a las albóndigas con spaghetti, pasando por las almejas o una ensaladilla con ventresca perfecta. Quizás el pan de broche con caviar desentona algo, por tamaño y precio pero obviamente hay que dar algo a las personas que busquen algo más… Muy buena carta de vinos, postres espectaculares, con el tiramisú y la cheesecake.. Camareros muy amables, la dueña Natalia igual, interesándose varias veces por todo, y el dueño-cocinero Carles con muy buen recuerdo que dejó, acercándose a la mesa a explicarnos un par de platos y ayudar en la explicación de los mismos. Para volver!!