Gran descubrimiento: un pequeño restaurante con una terraza diminuta y tranquila. Servicio amable y muy atento (se desvivieron por hacernos sentir más cómodos). Deliciosa cocina con platos sencillos pero muy buenos (el pescado estaba en su punto) a precios razonables.
Un lugar muy tranquilo, en pleno agosto. la terraza del bar, en una plaza con olivos y un porton a una iglesia, muy agradable. Hemos tomado una tostada de longaniza en la terraza del bar.Brutal.
Hemos estado de paso, pero si podemos algún día, repetiremos.