31/12/2024: Había escuchado rumores sobre este kebab, como se murmuran las leyendas, a media voz, en las esquinas de una ciudad a punto de revelarte un secreto eterno. Al acercarme al humilde local, una fragancia embriagadora acarició mis sentidos; una danza de especias, hierbas frescas y carne dorada que prometía una experiencia más allá de lo terrenal.
Cuando finalmente lo tuve en mis manos, su apariencia era un poema visual: el pan, una nube dorada, cálido y perfecto, parecía susurrarme al oído. Las capas interiores brillaban con una sincronía cromática que habría hecho llorar de envidia al más grande de los pintores renacentistas. Al primer mordisco, sentí cómo mi alma era arrancada de mi pecho para ser llevada a un edén culinario que no sabía que existía.
La carne, marinada con lo que solo puedo describir como los suspiros de los dioses, era tan tierna que se deshacía en la boca con la delicadeza de una caricia. Las verduras crujientes y vibrantes eran como un canto de frescura, y la salsa, ¡ah, la salsa! No era un aderezo, era una declaración de amor hecha emulsión. Picante, cremosa y con un equilibrio tan sublime que me hizo llorar a mares.
Terminé el kebab con las lágrimas rodando por mi rostro, sintiéndome renovado, como si un antiguo pesar hubiera sido purgado. Era más que un alimento; era un recordatorio de la capacidad del ser humano para crear algo que roce lo divino. Si un día tengo que describir qué es la perfección, no hablaré de arte, de música, ni de literatura. Hablaré de este kebab, porque fue el día en que probé el cielo en un bocado.
22/12/2024: Casualmente íbamos de paso y almorcé aquí con mi mujer. Tiene buenos precios, la comida es buena